viernes, 3 de agosto de 2012


Debajo de la almohada se alojan sueños que no quieres que vea:

Las atrocidades invisibles cometidas en las horas de amor.
La certeza de que el infierno no son los otros.
Llamas en la piel, en la palabra.
No.El acto no es consecuencia.
La duda es una declaración de fe.
La pobrecilla mentira va con su rebozo y la cabeza gacha. Como si la verdad fuera un diamante.
Daños envueltos en celofán rosado. Carne y punzada.

Ya no duele, aulló el condenado.
Ya no creo, gritó el redimido.
Ya no temo, susurra el que acaba de nacer.

Eres latigazo.

Intercambio mi eternidad por una vida animal
(yo escojo)
quiero ser ave o ballena.

Intercambio mi eternidad por una vida inanimada
(tú escojes)
puedo ser piedra.

¿Con quién se negocia?
¿Sin arrepentimiento?

Ya no me sorprende la vida, dice el anciano y llega la niebla y le roba el aliento.
Lo he visto todo, dice alguno, pero, del otro lado nadie viene a contarnos que pasa.

¿Cuántos lados tiene una existencia?
(pienso en el Aleph y en el momento de tu orgasmo)

Caramelo.

El lenguaje es el acto más conmovedor, más desesperado, el primero.
La obsesión por lamer el fondo de la olla donde hirvió el vacío.

Me calzo el entendimiento. La realidad no me queda.

Por las noches siento los embates.
He visto una piedra arrojada a las aguas de mi pensamiento,
siento ondas expansivas
soy un eco
voy al fondo
junto con la piedra.

Quiero un cuerpo maniquí para soportar las inclemencias del ego. Y fingir que mi rostro no es más una máscara. La tristeza es crónica, por eso la sonrisa. El sol no se ve de frente, lo que se piensa, tampoco.



II.

Mi amor es un órgano sexual de terminaciones nerviosas larguísimas, vibra tan ronco como el árbol que se toca de madrugada.
Mi canto, materia de la carne, muere al instante mismo de nacer y permanece.
Comprender es romper tejidos con el escalpelo del ser.
Con el lenguaje puedo hacerlo todo. Inventar (te). Callarme y desaparecer (te). Fabricar espejos. Hacerlo todo con el lenguaje y con mi cuerpo. Mi cuerpo, niño caprichoso.
Mi lenguaje, finge ser un adulto civilizado. Se abrazan.
Froto mi lenguaje contra ti.
Nada existe aparte del deseo, y si fuese así sería región inhabitable. Hospédate aquí (te señalo la laguna que nace entre mis costillas, ahí de donde proviene lo que digo). Colocas tu mano un poco antes de mi ombligo y entonces el lenguaje me parece pusilánime. El gozo, los dolores, Tú, están afuera: en los suburbios de lo articulable. Dice el filósofo que el enamorado colmado no tiene necesidad de escribir, y aquí estoy, desafiándolo insolentemente.
Amén está en el límite de la lengua. Lo que a ti concierne, también.
La sensación se derrama, meto los pies en sus charcos. Chapoteo.
Casa es una palabra que se me quedó vacía, por sus ventanas entra luz que proviene de la garganta.
Me desdoblo. El abrazo está hecho de voz. Voz manto. Voz velo. Voz nunca consumada.
Me desdoblo. El caparazón aguarda debajo de la cama.

domingo, 13 de mayo de 2012

CADEREYTA


Unos dicen que son malos, que merecían la muerte
la decencia alcanza para pronunciarse. 
El horror es un manto, es una mancha. 
El horror tiene dedos, acicalan la nuca por la noche.

Pies, manos, cavidades, unos huesos  
ni a nombre llegan: CUERPOS.
Yo también me llamo Cuerpo.

El horror se esta quedando sin empleo. 
¿Qué se necesita para estremecerse? 
Ahora todos somos jueces 
ahora somos un andrajo. 
Todos tenemos nada ante la fosa, 
ni siquiera la vergüenza es suficiente.  
El asco cotidiano huele a flores. 
Vomitarnos encima es baño diario. 
Cuarto de aseo del alma: 
exprese pena, no se le vaya a notar la peste.
Unas lagrimitas por aquí, unos gritos por allá. 
Anestesia gratis para todos.

Hoy esos que no son más,
que nunca fueron.
El horror es agua de lago, lago estancado, lago de lirios, lago seco.    
Hoy. 
Las moscas son los únicos testigos.
Las moscas son las últimas en acariciarlos.

domingo, 15 de abril de 2012

IMPRESIONES ANTE LA NADA


Llego a la funeraria,
pregunto la ubicación de la sala,
me preguntan el nombre del difunto,
lo menciono y me responden:
no tarda en llegar el caballero.
Estoy en una sala de espera,
pasa un hombre y dice a otro:
No quiero que te destruyas tomando.
Sala de espera.
¿qué se espera ante la muerte?
¿es una interrupción?
¿es una pausa?
Muerte inconjugable.
No sé que pienso,
escribo.
Seguiré esperando.
En estos lugares no pasa el tiempo,
lago de horas estancadas.
La muerte muerde.
Oraciones.
Canto de angustia como manto.
Nos aferramos.
Misericordia.
Negándonos.
Piedad.
Sólo lástima.
Destierro.
Lástima de vernos.
Destierro.
Maldita Eva.


Nombramos a Dios
no hay formas,
ni remedios,
ni puentes.
¿si no es con voz, entonces como?
Dios anula
el único vehículo.
Como la vida, el misterio de la muerte, 
en nombrar está

el vacío



y actúa el tiempo y la materia y Dios y la comprensión
ahí,
donde no podemos acceder
y lo intentamos, lo intentamos...

Esta condición nos impide llegar a esos confines. 
Esta condición ficcionó esos confines
(para tener sentido)
Si no ¿para qué todo?
¿Y si el misterio y el vacío y la palabra y Dios,    ?        


Oraciones para no naufragar por siempre.
Una balsa para llegar a la orilla.
Remar hasta esa isla, 
donde no sabemos si habrá agua, 
donde no sabemos si habrá retorno.

O callar.

jueves, 5 de abril de 2012

Laberinto

A sabiendas de mí. 
Falso extravío. 
De frente, me doy la espalda. 
Me miro los pies empapados por mis ojos 
que no dejan de lloverte 
a ti, ausencia nube,  
me miro los ojos inflamados de ti  
que no te ven,  
ausencia vaho, 
me escucho los silencios retumbar 
por no nombrarte. 
¿Puede sentirse lástima
ante la pérdida, 
con la que se nace? 
Si no estas y yo sí. 
¿Dónde entonces?
Voy a buscarte Minotauro, 
a ti, que sabes la piedad  
por uno mismo.

jueves, 15 de marzo de 2012

La carne se aferra al hueso
aunque ni el hueso ni el alma quieran seguir sosteniendo
aunque no puedan seguir andando
la carne se aferra al hueso y al mundo
se aferra aunque el andar sea insoportable
aunque los ojos sangren ante la muerte
la carne quiere seguir comiendo y viendo y haciendo el amor y viendo y muriendo y viendo
aunque ningún esqueleto pueda ya soportarla
la carne sigue devorando
al tiempo
sigue consumiendo aire y tierra y agua y balas y niños y madres y ancianos y
la carne sigue devorando
carne
intercambiada por carne, por monedas
la carne necesita seguir viendo y haciendo el amor y comiendo
carne
que se compadece de otra carne putrefacta como prueba de miseria porque es carne
y trafica y emancipa y hasta hace revoluciones donde la carne masacra con otra ideología
y la ennoblece a ver si así deja de ser carne, dicen, y trascienden, piensan
y la carne vuelve a ultrajar ese algo que es la carne y los ojos se vuelven otra cosa,
tal vez leche, tal vez piedra, no sienten a otra carne
ésta carne es
está

Sea lo que la carne quiera.

viernes, 9 de marzo de 2012

El apéndice de Houdini

Nos metimos a los asuntos de amor
como a un negocio de magia.
Montamos el show.

Tú, el sombrero, la palabra.

Una sierra fatal parte la caja
¡Ay!, dios,
en dos,
y yo adentro,
intacta.

Dagas, fuego, espadas,
caen sobre mi cuerpo con honores.
Me muevo entre velos,
amarrándote en falso,
dejando llaves en tu lengua con mi lengua,
contando tu respiración dentro del agua.

Nadie sabe del fondo negro,
ni del truco de las telas.
Nadie sabe de la salida secreta
para (no) poseernos,
para prolongar la incertidumbre
e incendiarnos.
Doble espejo, doble tiempo,
salir a respirar y luego amarte.

Mañas de mago viejo,
avisándome si todavía estoy viva,
planeando el último truco:
el del corazón escapista.

¿Alguien nos vio de regreso?

Aplausos.

miércoles, 29 de febrero de 2012

Acto sin propósito I

Una mujer llama a un hombre por teléfono.
Lo cita en un hotel.
Antes de entrar al cuarto, ella susurra.
Ninguno se quita el abrigo.
Él se acuesta.
Ella camina en círculos alrededor de la cama.
Prende un cigarro tras otro.
Suena Chopin.
Él sube el volumen.
Ella fuma frente a la ventana.
No intercambian palabra.
Él se para.
Ella se acuesta.
Cambia el canal.
Un partido de tenis.
Enmudece el televisor.
Él camina, se sienta, fuma, se estira.
Cierra los ojos.
Las horas no cesan.
Ella se baña.
Pinta sus labios de rojo.
Él se baña.
Arregla su corbata.
No hablan.
Salen del hotel.
Amanece.
Se toman de la mano.
Sonrien.
Ella le muerde el lóbulo.
Él la toma por la nuca.
La besa.
Estática.
Adivinan.
Cada uno camina en dirección opuesta.

martes, 31 de enero de 2012

Un hombre que reza


Uno siempre dice o de más o de menos, pensó.
El recinto está plagado de gente repitiendo oraciones sin que tengan que pasar por sus cerebros.
Volteó y vio a Inés con la mirada al frente y la boca sellada.
Mientras todos los presentes: los pobres, los feos, las rubias, los crudos, se paraban con fastidio a comulgar, él no podía alejar un pensamiento.
Se preguntó si se formaría para recibir respuestas, para eso se formaban todos ¿no?
Ahí, frente a las imagenes doradas, desproporcionadas, se le ocurrió algo que tiempo después consideraría una genialidad.
Vio a Inés nuevamente, pensó en todo lo que habría llorado por él en la última semana, en el último mes, en el último año. Vio que ella no se paraba a recibir la iluminación. La vio estóica, rechazando el amor. Ella sólo sabía recibir su amor. O eso que él le daba.
Sintió la tristeza punzar desde las sien hasta las pantorrillas. Sintió ganas de ser perdonado. Pero no haría absolutamente nada. Otro pensamiento le atravesó el cráneo, esta vez no era genialidad, quería apartarlo: un cínico, como yo, es un ser tan frágil, tan constantemente triste al que sólo le quedó el cinismo. Se sorprendió de pensar eso, de sentirse vulnerable, de una vez más, como todas ,desear ser arropado, amado, pero sabía era pasajero, luego vendrían las ganas de despojarse del abrazo, de hacer trizas la manta con la que le habían calentado el corazón, luego vería todo hecho hilachos, prendería fuego a su propio sentir y se revestiría nuevamente de sí mismo, vería las lágrimas de todos queriendo apagar el desastre, pero el desastre ya habría ocurrido y lo único que haría, sería sonreir, meter las manos en los bolsillos, a lo mucho descalzarse el sombrero un instante, antes de empezar a correr y a escribir una nueva historia de desastres y lágrimas y llamas de celofán, porque él ya sabía que nada le quemaba por dentro, que lo movía un vacío en la boca del estómago para llegar a casa y teclear frenéticamente y fumar un cigarro tras otro y salir en medio de la noche con el mismo sombrero de sabor amargo, a cerrarle el ojo a una mujer, a dos, a todas y esperar a que alguna o varias o todas abrieran la puerta de su departamento y luego su blusa, y luego su alma y ya una vez adentro empezar a escribirse, así hasta que la emoción se agotara, hasta que la muerte despertara algo en su interior, pero la muerte la hallaba cada vez que le había marchitado los ojos a una pobre enamorada, que le había roto la fe a un amigo, que defraudaba también a la hoja en blanco. Y parecía no ser suficiente. Pero sí. Se estaba quemando y cada nueva herida propinada era una escarificación invisible debajo de la piel, cada reclamo le calaba los huesos, e Inés, siempre Inés que hacía del llano derrumbe un incendio irremediable, que a cada acto le contraponía otro acto de verdadero amor que lo hería más que la vida misma, saberla tan cínica a su manera, tan honestamente destructiva. Ella era la única que no se fingía víctima. Ella era su cómplice. Ella era el combustible de la catástrofe, y le gustaba, les gustaba.
Luego miró a su alrededor: un montón de maridos atentos, un montón de esposas con sonrisas sintéticas, un montón de devoción con olor a incienso y por un instante se sintió pleno, agradecido.
Una mujer sacó un pañuelo y secó velozmente sus lágrimas antes de que su hombre regresara a sentarse junto a ella. Al llegar, ella sonríó en abundancia. Parece feliz, pero quizá no, o quizá eso sea ser feliz.
Caray, no existe una medida perfecta para nada en este mundo.
Posó sus ojos en Inés. Ella, arrodillada, despegó por primera vez la mirada del altar, lo vio fijamente. Desde arriba, le pareció, tenía los ojos inundados. Guiñó.
Voy a rezar menos, dijo.
Todo parece estar hecho para reir, susurró ella. Le besó el cuello.
En la explanada, ya todos volvían a ser los que eran.

martes, 24 de enero de 2012

No sé

Yo no sufro como debo, dicen.
No sufro por la duplicidad de mi apellido
ni por mis cientosesentaytres centímetros
ni por hundirme en el ritmo de tus ojos.

Ahora sufro por cosas más banales, opinan.
Como la salvaje muerte de los osos en el polo
o el súbito descubrimiento de un arma.
Ahora lloro por un montón de gente, y dicen
es malo para la salud.

A veces, pienso en ti. Del nudo en la garganta
paso a la fantasía y luego ahí,
te veo remotamente feliz y me esperanzo.
Otras veces, casi todas, en el camino
siento pena, mareos, naúseas: puro síntoma barato
ante tanto deseo inconexo.

Yo no sufro por lo que se debe sufrir, piensan,
pero no me acongoja el amor no eterno,
ni esos celos, ni la propiedad privada.
Sufro por sentir como siento.

Desde siempre he tenido el sentir puesto en otro lado,
no lloraba por una muñeca rota, sino cuando me
cantabas arrullos, (pensaba que te cansabas, abuela).
Sufrí porque un día ya no estarian mis amores
por entender que todo tiene un término,
por eso nunca quise un perro, mucho menos un pez:
al verlos pienso en el mar, y aunque el dependiente
de la tienda diga que no entienden,
que son felices detrás del cristal, yo le pregunté
por Nemo y él respondió que Nemo sí extrañaba
su casa.

Luego, al descubrir que el placer se podía compartir,
lloré de vértigo.

Yo no sufro por los pecados, sino por todo lo bello
que es nombrado así.

Cometimos el ritual, le hicimos un hoyo
al tiempo, al mundo, para meter nuestros cuerpos
bañados de inocencia. Lloro.
Pobre mundo, quedó tan ultrajado y tú y yo, tan lejos...

No soy menos feliz,  
no sé si cinismo, disfunción o
simple enfermedad crónica.

Algún día voy a aprender a sufrir como se debe.