jueves, 20 de octubre de 2011

REPORTE METEOROLÓGICO

El clima es un asunto geométrico.
De ahí la crueldad del eje de la tierra.
De ahí mi fé, que apela a su perfecto mecanismo.
Los astros giratorios por fuerza, oscurecen cuando alumbran.
La terrible simultaneidad se hace presente.
Mientras unos hacen el amor cuando amanece, otros son masacrados bajo el lado oscuro de la luna.
¿Qué pasó con los primeros, que después de vivir un día soleado encontraron al frío rasgando sus certezas?
¿Qué pasó cuando descubrieron el carácter voluble de la lluvia o la tiranía del viento, o la soberbia de la sequía?
¿Cómo lo nombraron?
Tanta inclemencia, tanta vanidad de la naturaleza ¿puede ser descifrada en una vida?
¿Se puede diferenciar la noche en una nube de angustia?, ¿en verdad se puede diferenciar del día?
No hablemos de las estaciones, porque mudo de piel tan abruptamente, que no me da tiempo de saber en que temperatura ama ya este cuerpo. Se me parten los labios. Se me parte el rezo. La quebrada devoción que siento por lo neutro, el querer colorizar vapores, la tentación de describir el trueno, la ternura graniza, el olor del hielo.
El clima envejece. Es circular, es paralelo, espléndidamente monótono. Habitamos su vientre y nos azota. Es un padre golpeador. Es una madre paciente.
Y nuestros ojos, deseando enumerar los pastos, calculando el desfase entre el afuera y este adentro.
Nos valemos del aroma como guía, nos valemos de la ilusión también, del rocío, para vernos por un momento en una gota, para ver luego a la gota disolverse entre lo incierto, en eso que llaman TODO, que nos gobierna y nos hincha las entrañas a cada nuevo intento por comprender.
Creemos que la maquinaria funciona. Creemos que la inercia pendula. Creemos que la naturaleza es bella y a lo bello lo llamamos perfecto. Pero mira de nuevo, deténte.

Hago una pausa ante estos días, días que no pertenecen al verano ni al otoño. Días que no me pertenecen a mí. Días polvo.

martes, 4 de octubre de 2011

SEX & THE CITY

Miles de caras sin nombre caminan en círculos, bajo la presión del minutero que obliga a seguir andando.
El semáforo tiene tres colores, igual que la bandera. El deber llama. La sangre también.

Ella se lleva una bocanada de aire a los pulmones, una grande.
La soledad grita, pero se ahoga. Está amordazada por la servilleta de algún bar.

Una terraza, dos copas, cuatro manos.
Ella no sabe para dónde mirar. Él ya tiene un objetivo.
Ella suspira, se levanta, coloca la mirada en un punto perdido, expectante.
Ahora, él, tiene un mejor ángulo de su figura.
Ella se sabe deseada, dice, no sabe amar.
A él, lo del amor no le pasó por la cabeza.

Las noches nacen y mueren idénticas, sin que nadie se detenga a notar sus diferencias.

Ella es un negativo, al ser revelada toma color, necesita miradas.
Él, simplemente mira.
El instante ahora es otro: pasaron de ser extraños que rivalizan, a jadear ritmicamente en una sola voz, en una carrera por sentir, dónde el ganador será el que utilice menos tiempo para llegar a la meta.
Repiten caricias, palabras, trilladas herramientas reducidas a un anhelo.

La oscuridad va manchándolo todo. Las sombras se esconden tras el espejo y los ojos bien abiertos perciben el silencio de la nada.

Entonan la furiosa melodía del gozo en lo más profundo de su centro.
Quieren arrancarse las entrañas y después servirlas bien calientes. Platillo sazonado con reservas.
La carne se va cociendo en el hastío, animal herido esperando el último golpe para morir.

La estocada final:

contracción...

Se retiran impolutos de la sala.

Una historia sin vaivenes cada noche.

Acumulación insípida de lunas en el vientre.